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El Croque  nº 14

(diciembre 2005)

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Como aquí, de provincias tan distantes,
Concurren, o por gracia o por justicia,
Diversas lenguas, trajes y semblantes;
Necesidad, favor, celo, codicia,
Forman tumulto, confusión y prisa
Tal, que dirás que el orbe se desquicia.

 

UNA EDITORIAL VACÍA

Opinión

EL OFICIO DEL ARQUITECTO Y MI OPINIÓN AL RESPECTO

EGOCENTRISMO ARQUITECTÓNICO

EL "PODER" DE LA ARQUITECTURA
 

Terror en la ETSAM

PUTAS

LA ARQUITECTURA ES BANAL

MAQUETEANDO

HACE MUCHO TIEMPO, EN UNA ESCUELA MUY, MUY LEJANA
 

Pazo Words

I CONCURSO DE RELATOS CORTOS DEL CROQUE:

EL DÍA QUE SECUESTRARON A JUAN NAVARRO BALDEWEG (Capítulo II: CONSPIRACIÓN)

Pierdetiempos

LA POLÉMICAAA #10: GALIANO SE MOJA

PARTE DE GUERRA #16

EL RINCÓN DE PAZO #11: COMPOSICIÓN CUTRE

LAS PARODIAS DEL CROQUE #4: "HAY QUE TERMINAR"

EL CROQUEGRAMA #5

 

UNA EDITORIAL VACÍA

 

   La nada.


    y qué? Pues nada. Por alguna extraña razón volvemos a hablar de nada. Es lo que hay, o no. Parece que le estamos dando demasiada importancia a la nada, ¡cualquiera diría que somos arquitectos!
    Nos levantamos por las mañanas, vamos a clase, observamos, escuchamos... pero no oímos nada. O quizás oímos demasiadas palabras acerca de nada.
    La arquitectura en la escuela es como ir a misa: llegas, te sientas, piensas en funiculares asíntotos, te comes un pedazo de pan y te vas a casa. Con la conciencia tranquila, el alma llena (de nada) y la esperanza de que todo este sacrificio algún día servirá para algo.
    Datos, datos, datos, datos, datos..... El mar y la nada es la misma cosa. Gotas indiferenciadas, que fluyen sin gana a merced de las olas. Y ola va... y ola viene... y ola va... Y al final ya no queda nada más que el sonido, el rumor, el mismo horizonte lejano, la hipnosis... Es siempre atardecer y siempre la espera de que acabe el día. Sentado en los jardincillos del claustro, veo el sol estancado. Y no se mueve. Y no hay días: sólo atardeceres infinitos. Años sin días, que cambian de forma pero no de fondo.

    Los caminos honestos convergen. Sin querer. De forma natural. Inevitablemente. Las pretensiones vacías ensucian, enredan... Explotan de repente, desde un punto común; separándose, rotas, a la deriva... A veces, en pequeñísimos instantes de conciencia, notan el vacío y el silencio que les rodea... pero cierran los ojos y siguen hablando y riendo en “compañía”. Cierran los ojos y regresan a las reglas que ellos mismos han creado, a sus personajes y a su tramoya. Sus análisis. Y analizar es cortar.
    Los arquitectos siempre hemos tenido el cúter y el pegamento a nuestro alcance. Ambas son herramientas necesarias, pero tienen que utilizarse juntas. Desde hace algún tiempo, se han esforzado en fragmentar lo que era único, para mostrarlo como algo complejo, ininteligible. Los “elegidos” tienen que esforzarse en recomponer este desaguisado. Pero mientras tanto muchos caen en el agujero y se comen un trozo de queso que encuentran, les parece sabroso, y lo que es peor, les parece el único queso.
    Todo lo fragmentado es necesariamente complejo, en tanto forma parte de un todo. El todo, sin embargo, no acusa esa complejidad: simplemente, existe. A su escala. A su aire. Cuando el todo se divide en partes, cada parte se refiere al conjunto mediante vínculos complejos. La cuña de queso no existe sin el queso completo.
    Cuando el fragmento se independiza y pretende alcanzar un significado, se deshace en la nada. Cuando naces en un mundo hiperfragmentado y descubres tu incapacidad para percibir el todo, duele. “Entre el dolor y la nada, elijo el dolor.“

El Croque. Diciembre de 2005.

CROQUE’S NEWS

    Cada vez somos más guays y molamos más. Pero como esta noticia no se acoge de buen grado en la mejor escuela de arquitectura del mundo, lo retiramos.
    Aún así, hay gente que mola mucho, pero no la vamos a citar aquí porque ya se dan suficiente autobombo y tienen los calcetines rotos y usan tanga de leopardo salvaje. (Que es peor que el domesticado. Aaaaarghhhh!!!!).
    Los chicos del coro siguen ensayando los viernes por la tarde, pero sólo les oyen los que tienen construcciones y urbanismos varios.
    Los camareros de la cafetería siguen estresados y alienados, pero a nadie le importa porque sólo les interesa su cruasán. Y comérselo.
    La escuela sigue sin funcionar y los responsables pasan de todo porque tienen mejores cosas que hacer (como ponerle rulos a un huevo cocido).
    Y los del Croque siguen diciendo sandeces, porque como nadie les va a escuchar prefieren tomárselo a guasa (aunque muchos piensen que son ingenuos frustrados con ínfulas de intelectuales).


I CONCURSO DE RELATOS CORTOS DEL CROQUE

    Como todos deberíais saber ya (por la página web y por los carteles que han aparecido misteriosamente), El Croque ha convocado su primer concurso de relatos cortos. Las bases están publicadas en la página web del Croque.

http://www.elcroque.es.mn (que últimamente falla) ó

http://elcroqueweb.iespana.es

    Los relatos los tendréis que enviar al correo de siempre, elcroqueweb@hotmail.com antes del 31 de diciembre de 2005 (ojo que hemos aplazado la entrega), y prometemos publicar a los 3 vencedores en el croque 15 y a los demás en la web.
    Al cierre de esta edición hemos recibido nada más y nada menos que 10 relatos (que podéis leer en la web) Leedlos y tratad de superarlos, o no.


NUEVA SECCIÓN “EL CONSULTORIO DE PAZO”

    Bueno, pues lo que os podéis imaginar. Ahora Pazo escuchará todas vuestras míseras y patéticas historietas, sean del tipo que sean (salvo dudas de autocad) y os dará consejo para que salgáis adelante del mejor modo posible: por el camino de Pazo.
    La entrega es dura, y por eso hemos decidido poner en marcha este caritativo servicio, muy del gusto de nuestras queridas Hermanas de Torre de Oñate. Tan sólo enviadle a Pazo vuestras consultas a través de nuestra dirección de correo elcroqueweb@hotmail.com

El Croque. Diciembre de 2005.

@-© 2005 suspensoenproyectos editons. (Foto)copia y difunde.

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EL OFICIO DEL ARQUITECTO Y MI OPINIÓN AL RESPECTO

    Hay una asignatura en nuestro querido plan de estudios que siempre nos atemoriza: “570-Oficio del arquitecto”. Y es que, más tarde o más temprano, llegará el momento de acabar la carrera y sumirse en el mundo de la profesión. Así que más vale que nos lo vayan contando, para que, por lo menos, podamos hacernos a la idea de lo que nos espera. Y actuar en consecuencia.

    La profesión del arquitecto es rara. Se supone que uno ha de saber hacer casas. Y ciudades. O eso es lo que la gente ajena al gremio se piensa. A la hora de la verdad, eso depende mucho –y muy mucho– de la persona en cuestión, porque lo que es el medio social... te empuja precisamente a lo contrario.
    Vivimos en una sociedad en la que el trabajo está dividido. Cada individuo, reza la teoría tecnocrática, debe especializarse en una labor concreta para poder desempeñarla así con un máximo de eficiencia. Así nacen los técnicos que deciden, los peones que ejecutan y los usuarios que disfrutan. Y como cada individuo se vuelve incapaz de entender más faceta de la vida que la de su ámbito, jamás podrá tener una visión global del mundo –ni poder formular una crítica global, por tanto.
    El mundo de la construcción es como un enorme fósil viviente, venido directamente de la baja Edad Media. Lleno de escalafones, tradiciones, jergas, sectas y maestros... la mentada división del trabajo está más que presente en él. Una organización rígida y hosca, en la que la cadena de mando es poco menos que innegociable. Todo el mundo manda un poco en ella, así todos se sienten importantes odiando un poco al de encima y despreciando un poco al de abajo (eso sí, con muchísimo respeto). Sin embargo, aunque la tal organización se haya demostrado eficiente para hacer bloques de pisos a destajo, yo me voy a permitir el lujo de ponerla a parir porque para eso colaboro en esta publicación.

    Por si no lo sabéis, queridos compañeros, el arquitecto no es más que el autor intelectual de las obras y su director eventual. Odiados por muchos –tenemos las competencias exclusivas en materia de vivienda, y cuando se habla de millones de euros todo el mundo quiere hincar el diente–, nuestra labor fundamental consiste no tanto en hacer los proyectos como en gestionarlos. (Por supuesto, me estoy refiriendo a la arquitectura de todos los días, no a la de los Nouveles ni los Fósteres. Y a la que llevan a cabo los profesionales liberales; lo que tradicionalmente se ha venido entendiendo por arquitectos. Los que acaban trabajando a mayor gloria de alguna macroempresa de construcción son caso aparte y así hay que darles de comer)

    El arquitecto es contratado por el propietario del solar para que le haga un proyecto y paralelamente se contrata a una empresa constructora para que lo ejecute. La empresa se compromete a seguir el proyecto entregado por el arquitecto proyectista, que será convenientemente interpretado por la dirección facultativa de la obra (esto es, el arquitecto director de la obra, que puede ser el del proyecto o no; el director de ejecución de obra –o aparejador, o arquitecto técnico– y algún personajillo más) para su transmisión al jefe de obra. Que no es más que el empalme entre la parte arquitectónica y la constructora. El jefe de obra da órdenes a los encargados, éstos a los capataces y aquéllos a los obreros. Que pueden ser oficiales o peones. Y con graduación, según el tipo de trabajo que ejecuten. Y todos se someten a las órdenes del dueño de la obra, que es el propietario pero que no puede darlas directamente, sino a través del constructor y con la aprobación del arquitecto.

    Esto es la teoría.

    En la práctica sucede que, como el arquitecto lleva veinticinco proyectos a la vez, acaba delegando la mayoría de las partes en pensadores especializados, que le calculan las estructuras, las instalaciones, las maquetas… Por su parte, las empresas constructoras tienen en nómina el número mínimo de obreros necesario para así poder ganar muchos muchos muchos millones,... y para cada cosa mínimamente complicada que hay que hacer tienen que subcontratar (también) a una empresa auxiliar. A veces, la cadena de las subcontratas llega tan incontroladamente lejos que no se puede saber bien quién está haciendo qué en la obra. El arquitecto se ve incapaz de llegar hasta ellos ni puede decirles nada; el jefe de obra sólo intuye quiénes son y el propietario directamente ignora los hechos.
    Como la vida está como está, los obreros, que son explotados al máximo por sus respectivas empresas, no dudan tampoco en explotarse entre ellos mismos para sacar más dinero, ya sea trabajando a destajo o montando minimafias. El plan de obra no se cumple, por lo que siempre hay prisa y todo se hace corriendo y mal. Los plazos vuelan y los usuarios compradores necesitan su saloncito lujoso marrón emperador, y no se puede uno parar en mariconadas de cascos, seguridad, barandillas, etc. La máquina constructiva avanza deprisa y segura; todo lo que no es convencional duele (porque no se sabe hacer) y el arquitecto acaba convirtiéndose en un grano en el culo oportunamente apartado por el constructor, que sabe irse de copas con la propiedad.
    Esto acaba por generar una actitud primero defensiva y luego prepotente en nosotros, que nos tendemos a creer los reyes del mambo sólo porque conocemos las virtudes geométricas de la proporción áurea y la razón última de las armaduras de las vigas. Empezamos a actuar como reyezuelos impertinentes, en un proceso retroalimentado que nos aparta cada vez más de la realidad y de las obras... y todo acaba cuando podemos vengarnos del mundo, accediendo a las altas instancias del urbanismo. Desde ellas aniquilamos los barrios y pasamos por encima de lo poco que tienen de bueno las ciudades (las estrechas relaciones sociales que promueven los barrios espontáneamente densos). Y no sigo porque me enfado.
 

    Yo nací como usuario común y corriente de la arquitectura. La casa en la que viví era mi universo; luego lo fue mi barrio y más tarde la ciudad que me rodeaba. Que no era Madrid. Me gustaba hacer casas; me interesaba arreglar los evidentes problemas urbanos de mi ciudad, mis calles grises y llenas de coches, mi gente aburrida y triste.
    Hice casas antes de entrar en la Escuela, por cierto. De muchas formas y tamaños. Cuando uno es niño no hace maquetas con el Lego. Hace casas directamente, y vive dentro de ellas. O se las monta con los cojines de su cama. O con cartones, madera o plástico en la calle o en el bosque. O simplemente se las imagina en la infinita variedad de formas de las piedras de los solares. O se dibuja ciudades interminables en largos papeles o en juegos de ordenador. Quien se atreva a decir que todo eso no es arquitectura merece ser encofrado vivo.

    Es un espíritu especial, éste. Porque no basta con dibujar unos planos. Hay una necesidad de llevarlos a cabo. Quiero mancharme las manos y construir mis casas. No me gusta el rol de dios dirigente. Prefiero ser obrero, pero no quiero ser lo que comúnmente se entiende por ello. No me apetece ser un mártir del trabajo asalariado y sus misérrimos escalafones. Lo que quiero es dirigir y hacer al mismo tiempo, preferiblemente en compañía de otros que actúen de la misma forma. Co-dirigir. Co-laborar. Y disfrutar después de la obra realizada, que estará necesariamente bien hecha, ya sea utilizándola o sabiendo que se está empleando con agrado.
    Evidentemente, esto no es compatible con los rascacielos ni con las autopistas. Ni siquiera con los bloques de seis o siete plantas. Ni con la planificación platónica de las ciudades, férreamente controlada por un organismo centralizado o esparcido. Ni con el beneficio económico al uso. De hecho, no es compatible con casi nada.

    ... pero yo tampoco he nacido para serlo.

El maquinista de la Particular. 2005.

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EGOCENTRISMO ARQUITECTÓNICO

    Como cada mañana, me dirijo hacia la Escuela de Arquitectura, con el cerebro desconectado y las galletas en la garganta.
    Todos los días, la misma rutina me empuja al mismo lugar. Son momentos en los que odio a la gente por el mero hecho de que exista, de que esté ahí a mi lado, molestando, impidiendo mi paso ágil y decidido.
    Algunas veces, hay personas que no me molestan. Como cuando un niño le pregunta cosas a su madre y rompe el silencio del vagón. O cuando veo a una persona atractiva y me entretengo mirándola de reojo. Pero al acercarme a Ciudad Universitaria, mi mal humor suele ir en aumento… sobre todo si el metro decide pararse por algún motivo en medio del túnel y deja escapar un minuto de mi preciadísimo tiempo.
    Con esta mala actitud me bajo apresurado del vagón y enfilo la salida de las escaleras automáticas. Es en este preciso momento cuando mi síndrome se radicaliza y desata en mi interior un odio y una prepotencia digna del psicópata más temible. Cientos de personas caminan a mi alrededor y van en mi misma dirección. Muchos parecen incómodos, pero a otros se les ve felices y orgullosos de ser universitarios, entusiasmados con el destino que la sociedad tenía guardado para ellos. Conformes y tranquilos. Hablan de banalidades que en el peor de los casos demuestran su poquísimo interés por lo que estudian y su extraña tranquilidad den-tro de una vida que a mí me parece sin rumbo, estúpida y pobre.

    Odio a esa gente por muchas cosas, pero no es un odio continuo. Es por la mañana cuando les odio por envidia, supongo. Les detesto porque escogieron un camino más sencillo que el mío, una senda pavimentada con rosas a los lados que sólo dura cinco años.
    Les odio porque aunque sé que muchos de ellos, con el tiempo, serán tachados de perdedores, ahora son ganadores; y podrán serlo siempre, si encuentran el modo de ser felices. Estudian carreras que les permiten tener una vida social digna. Pueden experimentar montones de cosas y divertirse a menudo.
    Sin embargo, yo, en ese momento, todas las mañanas, soy miserable porque les odio. Porque les miro consciente de que a mí me gusta lo que hago aunque me puteen mil veces más. Y porque así me siento superior. Les desprecio porque creo que no sienten lo que hacen. Les desprecio porque no estudian lo mejor: Arquitectura. Es una especie de sentimiento racista entre disciplinas, que se ha alimentado durante largos años en la ETSAM.
    Les odio porque viven mejor ahora, y quizás vivan mejor siempre. Les odio porque lo único que me otorga la arquitectura es un respeto social de cara a la mayoría de las personas, que piensan que en esta carrera se trabaja mucho para crear a gente grande: ARQUITECTOS.
    Sin embargo, todas las mañanas me doy cuenta de que esa diferencia no existe.
    Me doy cuenta de que en Arquitectura nos protegemos del mundo exterior para que no se den cuenta de que todo nuestro trabajo no es nada. Todo nuestro esfuerzo es casi siempre un desperdicio: un trabajo inútil. Y aunque todo el mundo me besase los pies por mi tiempo perdido en esta Escuela, vomitaría vuestra grandeza de pacotilla porque sé que es de mentira. Porque en realidad lo único que me diferencia de la masa, sois vosotros y vuestras palabras.

    Poco a poco me voy cayendo hacia vuestro lado –el de los Arquitectos Superiores-, pero de vez en cuando pienso y me doy cuenta de que sigo siendo como ellos -la masa-, y descubro que todo el esfuerzo no ha valido para nada. Por eso, les odio.

Albaralto. 2005.


¡Cabronerrrr!

Cuando sea mayor... me las vais a pagar todas juntas.
 

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EL "PODER" DE LA ARQUITECTURA

    “La arquitectura finge producir el mundo que la consume”.

    Muchos magnifican el oficio de arquitecto, sobrevaloran la influencia que puede tener en la vida de las personas, en la sociedad, en la cultura, en otras formas de expresión… Se mantienen erguidos en una torre de marfil, intocables.
    Yo me cuestiono ese poder.

    “Caminaba despistada… Entre los mil carteles que hay por las paredes me fijé en uno más grande, más vistoso... ¡Una corrida de toros en la escuela de arquitectura! El cartel era hortera, pero su sonido chirriante, su descontextualización, la molestia hizo que me extrañara y me detuviera. Eso es la publicidad. Asistí a la conferencia.

    Pero no era una conferencia. Era el zapping llevado a la universidad. No había un tema central, ni un discurso, ni un debate… Cada uno de los conferenciantes explicó su trabajo de forma aislada. Explicaron los proyectos racionalizando absolutamente todo, extrangulándolos… Parecía una actitud a la defensiva, intentando justificar cada decisión como si estuvieran ante un tribunal. Buscándonos. Buscando la aprobación del mundo. Eso es la publicidad, nosotros éramos el tribunal.

    No hubo riesgo. Ni emoción, ni intuición. Tampoco la valentía para dar una opinión. Hipótesis y juego con hipótesis, porque la realidad asusta.
    Marcaron la distancia, protegidos por una nube densa de virtuosismo conceptual. La atmósfera turbia y confusa señalaba el límite de la exclusión. Nuestra exclusión de su mundo. Conocen un secreto que nosotros no. Existe “algo” que necesitamos y no tenemos. Pero no es gratis, no lo regalan. Eso es publicidad. Marcar ese límite. Una muestra rápida, con fines NO altruistas, de lo que carece el público.

    Bombardearon con conceptos, imágenes, textos, intenciones, razonamientos… con un ritmo frenético e imposible de seguir… Me sentí aturdida. Me daba la sensación de que obviaban lo más básico. ¡¿por qué proyectan textos que no se van a poder leer?!
    Cuando me di cuenta habían pasado 40 minutos y no hubiera podido hacer un resumen coherente, sólo retazos inconexos (pero con mucho color). Imagen tras imagen anularon mi pensamiento. Estaba confusa y no era del todo yo. Era blanda y amorfa, indefinida. Esta reducción y sometimiento de mi persona es también publicidad. Nuestro sentimiento de confusión es SU oportunidad.

    Yo me cuestiono el poder de influencia de la arquitectura al verla zarandeada y manipulada, arrastrada por la inercia de la corriente… sin oponerse. Cuando veo las huellas, los arañazos, las marcas que le deja la cultura del consumo… Yo la veo cuando no mira nadie, cuando se quita su traje de Armani y está en un rincón, sola, herida, temblando…

    La arquitectura la hacen los arquitectos. Con esta afirmación tan tonta y obvia me doy cuenta de muchas cosas. De repente pierde todo el carácter divino y omnipotente que nos enseñan… Son sólo hombres, y la arquitectura es sólo arquitectura.

A Bruxa Piruxa. 2005.

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PUTAS

    Esta columna va dedicada a todas aquellas personas que creen en la inocencia de los enunciados de proyectos.

    Fascinado por la derrochante creatividad de los profesores de proyectos a la hora de proponer enunciados, he descubierto, oh!! dios, qué cosas, que la escuela es un fiel reflejo de la masa que conforma la sociedad. La mayoría siempre está dispuesta a pasar por el aro. Siempre ávida de su ración de “opio para el pueblo”.

    ¿La mayoría? Sí, pero no toda. El otro día tuvo lugar una de esas pocas jornadas en la que los catedráticos de la escuela arriman el hombro. Bueno, pues el principal exponente de mi cátedra se acercó para supervisar los trabajos de sus alumnos. Pues bien, justo cuando uno de mis compañeros terminó de exponer su proyecto, el señor catedrático comenta que su proyecto está bien, pero que, como ejercicio de cuatrimestre no se había pedido un centro cultural, que es lo que tenía rotulado este chico en el panel. También le dijo que era curioso ver cómo los alumnos, en general, cuando no sabemos qué proyecto hacer, hacemos un centro cultural. Él le respondió que eso era muy probable, dado que desde principio de curso no sabía si había entendido bien cuál era exactamente el planteamiento del curso, y que andaba un poco perdido. Con lo cual, y después de la bronca pertinente debida a la dispersión del chaval, el señor catedrático se armó de paciencia y nos explicó exactamente el ejercicio de curso, palabras textuales: “….se trata de realizar un centro de producción artística para okupas…..”.

    Yo no salía de mi asombro.

    Ante tal situación mi compañero alegó que el enunciado de curso era cuanto menos una paradoja, y no es para menos, aunque según mi opinión sería más apropiado hablar de error de concepto.
    Que yo recuerde, el fenómeno okupa es un movimiento que lucha contra el sistema, cuando un arquitecto es un mero instrumento de éste. Queda yermo cualquier intento que dicho sistema realice con el fin de confinarlos en un lugar u otro. Ellos, por su naturaleza de okupas, van a procurar habitar sistemáticamente toda aquella propiedad privada o pública que no tenga uso, como forma de lucha ante el gravísimo problema actual de la vivienda. No creo, por tanto, que necesiten la ayuda de ningún arquitecto para hacerlo. Así mismo es bastante irreal suponer que existan okupas que se dediquen a la producción artística, dado que si no creen en el sistema imperante, dudo mucho que crean en la forma que éste tiene de gestionar el arte. Curiosamente, yo también rotulé el enunciado como centro cultural.
    Y mi compañero, el pobre, decía: “....Llevamos más de dos meses con este proyecto y aún nadie se ha pronunciado a este respecto en mi clase, tanto profesores como alumnos, por lo que puedo suponer que aquí nadie ha visto un okupa en su vida....”. Cuánta razón tenía, pero nadie le echamos un capote frente a cuatro parejas de profesores y un catedrático. De hecho, nadie excepto él debe acordarse ya de aquel acto de coherencia con respecto a sus principios.

    Pero esta cátedra no es la peor a este respecto ni muchísimo menos.
    Hubo una cátedra de cuyo nombre no quiero acordarme, que planteó como ejercicio de curso “…construir un Silicon Valley en la franja de Gaza…”. Si alguno de los profesores o de los alumnos de aquella cátedra está leyendo esto, simplemente decirles que me parece una gran falta de respeto a la humanidad, y …, qué coño, que se vayan a la mierda. A los profesores por proponer el ejercicio, y a los alumnos por estar de acuerdo. Doble ración de mierda para aquellos alumnos que aun no estando de acuerdo lo hicieron sin rechistar con tal de aprobar.
    ¡¡Ah!!, y por si no se han enterado esos profesoruchos de palo, lo que menos necesita el pueblo palestino es una urbanización de lujo, sino un acuerdo de paz con el pueblo israelí para que termine el genocidio cuanto antes.

    Vuelvo a decir, como en mi anterior columna, ¿investigación?, sí, pero resolviendo problemas reales, no inventándose problemas ficticios.

    Y, como en mi columna anterior, vuelvo a hacer un llamamiento al alumnado. Todos, y yo el primero, queremos acabar cuanto antes la carrera, pero pensad bien qué precio estamos pagando cada vez que nos hacemos partícipes de proyectos de esta calaña. No sé vosotros pero yo no quiero comprar mi licenciatura a cambio de los principios por los que me he regido toda la vida.

    No quiero pensar que un arquitecto es como una puta, que acata todo lo que le mandan, sin rechistar, con tal de obtener su recompensa final. “… Dame pan y dime tonto”…, como decía mi madre. Porque hoy son los okupas o la franja de Gaza por un aprobado, pero ¿mañana?, ¿Qué será mañana?, ¿Y a cambio de qué?.

Barco. 2005.

Esto sí que es un fotomontaje

Yo soy puta, porque mi pendrive lo disfruta
 

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LA ARQUITECTURA ES BANAL

    Esto no es un juicio de valor, es una postura. Voy a ver si consigo explicarme. Creo que la arquitectura (arquitectura entiendo por esa información que flota en el aire de las escuelas de arquitectura) se la inventaron los arquitectos para reafirmarse a si mismos como personas relevantes, para cubrir un vacío en su autoestima. Me recuerda a la política de estados unidos (en minúscula, si), ambos se creen en el deber y la obligación de salvar al mundo, de aportar o cambiar algo que quizá nadie quiere y que me pregunto si realmente alguien necesita. Vosotros, vosotros necesitáis la arquitectura, pero no para vivir en ella, sino para vivir satisfechos de ella pensando que hacéis algo por la gente (o pensando que el sistema no os deja cambiar nada a pesar de que es necesario, urgente y tú conoces la solución). Para ensanchar vuestro ego, para eso sirve la “arquitectura”.
    “Adaptar la arquitectura a las necesidades del hombre”, “hacer que la montaña vaya a Mahoma”, ¿no será más natural al revés?? ¿No lo vemos todos los días, gente que vive (sí, vive) perfectamente adaptada en “arquitectura basura”? ¿Les hemos pedido alguna vez su lista de “problemas vitales” para ver en qué lugar esta la arquitectura? Además, por lo menos la mitad de nosotros vivimos en esta “arquitectura basura”, y no pasa nada!!! Venderle a la gente una cosa que no pide y luego vivir tú (el arquitecto) en lo que esa gente habitualmente quiere, qué hipocresía ¿no? Y hay tantos ejemplos...
    Se supone que el arte representa el orden del cosmos, el cómo son y funcionan las cosas. Pues entonces estos bloques de inmobiliaria y esos adosados de fábrica son arte puro, representando una sociedad estandarizada y globalizada regida casi exclusivamente por el dinero. Con esto no quiero decir que esta arquitectura sea la válida, la buena (siempre es ridículo establecer absolutos), quiero decir que carece de importancia, es banal. No importa lo que hagamos, por muy poco funcional o estético que sea (mientras no se caiga, claro) la gente se adaptará al lugar acondicionándolo en cada situación, en completa concordancia con esa situación (espacio-tempo-circunstancial). Arquitectos son todos.
    Esto precisamente es lo bueno, como carece de relevancia, es igual de difícil mejorar algo que cagarla, la vida sigue. ¡¡¡Arquitectos, a jugar!!!

Ama Marla. 2005.

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MAQUETEANDO...

    ¡Hola amigos! Tras largos años dando de comer al genio pensante creador de nuestra “querida” Sancer, y rodeando mi vida de madera de balsa y mi cuerpo de “super glue”, me vino a la mente un perverso pensamiento que seguro ha pasado alguna vez también por vuestras cabezas: ¿por qué coño tenemos que pasarnos la vida haciendo maquetas cuando podemos explicar nuestro proyecto en papeles? ¿Qué razones inducen a nuestro “guía proyectual” a obligarnos a maquetear en lugar de darnos la libertad de dibujar o hacer modelos con el ordenador? Y, dada esta obligación, ¿cómo debemos actuar entonces? En estas disquisiciones he perdido parte de mi tiempo intentando, como siempre, orientar, o al menos dar algunas respuestas al ávido lector del porqué de los hechos de este peculiar mundo que nos rodea a los señores arquitectos.

    En principio, sabemos que el objetivo de la maqueta es ver el proyecto en el espacio. La mayoría de los profesores encuentran magníficos los dibujos de los grandes maestros arquitectos, pero por una extraña razón se muestran incomprensiblemente incapaces de combinar en su mente una planta y una sección si el autor de ambas es un alumno; o quizá es un ejercicio demasiado complejo que se soluciona solicitando al alumno una maqueta.
    En una ocasión, cierta persona me justificó sabiamente la realización de maquetas en la escuela, argumentando que casi ningún profesor de proyectos sabía ver el espacio de otra forma; hipótesis que cobraría fuerza al ver los serios apuros por los que han pasado algunos de ellos intentando comprender planos que los alumnos veíamos con facilidad... Sin embargo, es bastante plausible la idea de pensar en la maqueta como mero fetiche del profesor: muchos de ellos, lejos de respetarlas como parte del trabajo del alumno, gustan de descargar su adrenalina contra ellas. Cuerpo a cuerpo o armados con el cúter, hacen patente el placer que les embarga cuando las acometen. Incluso los más tímidos y recatados disfrutan cual infantes jugando con ellas, por lo cual recomiendo encarecidamente la inclusión en vuestras maquetas de muñecos, elementos móviles, partes desmontables o cualquier otro elemento que contribuya a entretener a vuestro maestro.

    Otra razón fundamental es la de ahorro de tiempo. Todos sabemos que el tiempo de un catedrático de proyectos es mucho más valioso que el de un estudiante, de modo que podemos ahorrarle el disgusto de ir a conocer el solar (porque ciertamente no lo ha visitado) con las dificultades de interpretación cartográfica que eso implica, y presentarle una magnífica “maqueta de entorno”. Eso sí, dado que no conoce el lugar, es preferible hacer una maqueta más vistosa que realista, así que si algo te queda soso porque lo es, sé creativo, pues ese es el único pilar que sustenta la arquitectura de sobresaliente. Por ejemplo, si tu solar es plano, puedes ser fiel y aburrido, o inventarte unas curvas de nivel propias de la alta montaña: tu profesor sabrá de tu ansia por “moldear la topografía” antes de que hayas empezado a proyectar. Además, siendo fiel tendrás cada semana el mismo terreno, mientras que dar rienda suelta a tu ingenio te permite crear cada vez una maqueta distinta: conseguirás que tu profe se percate de la cantidad de tiempo de tu vida que pierdes sólo por y para él. Lo tendrás en el bote.

    Pese a todo, debemos hacer una concesión a nuestro profesor, y resaltar la importancia de la maqueta como elemento de transmisión del conocimiento del alumno, facilitándole enormemente la tarea de evaluación. Para ello debéis saber varias cosas. Por ejemplo, que el mito de “el tamaño no importa” es absolutamente falso. Una maqueta grande es siempre mejor que una pequeña, pues demuestra vuestro afán de opulencia y la devoción que por él profesáis, no importándoos perder todo vuestro tiempo y dinero para satisfacerle. Y si lleváis más de una, tanto mejor. Aunque algunos penséis que repetir un mismo modelo cual cadena de montaje no os lleva a ningún sitio, éste puede ser el secreto elixir que tanto ansiabais para engordar vuestra nota.

    Por otra parte, nunca os dejéis engañar cayendo en la trampa de la “escala recomendable”, que es la expresión que se introduce en el programa del proyecto para decir al alumno que se ha estimado una escala a huevo y que probablemente si le hacemos caso nos salga una maqueta-llavero o tengamos que alquilar una furgoneta para traerla (lo que pone en evidencia los amplios conocimientos de nuestro querido profesor). Hacer la maqueta a la “escala recomendable” implica un más que probable suspenso, y desde luego una reprimenda asegurada, pues si algo nos han enseñado, y en ello estamos todos de acuerdo, es que hacerles caso será sin duda el peor de los defectos de tu proyecto.

    Así pues, sea para satisfacer los deseos más íntimos de nuestros superiores académicos, para expresar nuestra más sincera adulación o para dar de comer a las familias de los fabricantes de cartón pluma, lo cierto es que, por ahora, nuestros destinos siguen ligados de forma inevitable a esas creaciones que tanto sufrimiento nos dan y tanto tiempo nos quitan: las dichosas maquetas.

El Sopas. 2005.

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HACE MUCHO TIEMPO, EN UNA ESCUELA MUY, MUY LEJANA...

    Los rebeldes acaban de ganar su primera batalla contra el maligno Imperio Proyectivo, y han logrado hacerse con los planos secretos de la más poderosa arma imperial: El plotter de la muerte, una máquina secreta con un poder tal que es capaz de destruir las vidas y proyectos de un planeta entero. Perseguida por los agentes del Imperio, la Princesa Faster se dirige hacia su hogar, custodiando los planos robados que pueden salvar a su pueblo, y restaurar la libertad en la Galaxia…

    Y, mientras tanto, entre las arenas del Centro de Cálculo, alguien realizaba una preinscripción al (de haberlo sabido entonces…) Lado Oscuro del Proyecto.

    Pero ésta no es una historia de caballeros y malvados, de escalímetros robados a los padres en la lava y dados a sus hijos… Es sólo la historia de un mundo fantástico, inimaginable y que, para bien o para mal, tocamos todos los días y nos contagia, hasta la médula, de palabras vacías y frases que pudieran estar mucho mejor construidas. En ese mundo hay tragedias y victorias, comedias e historias que se limitan a suceder; es un mundo como tantos otros aquel del que maldecimos. Sólo es otro lugar, a veces muy, muy lejano y otras, todo lo contrario.

    Un buen día, unos señores dijeron en una mala clase que habría entrega en breves semanas. ¿Entrega de qué? La historia iba a ser graciosa… Lo que en un comienzo eran seis A2 y fueran inmediatamente procesados como “unos pocos planos”, segundos después de la hora de la entrega se convirtieron en unos nombres apuntados en un triste A4, el compromiso de llevar al día siguiente reducciones en el mismo formato para dejar constancia de haber entregado y una carpeta bajo el brazo de vuelta a casa. Esos señores no querían saber cómo íbamos, qué habíamos hecho, corregir nuestros errores o simplemente ver qué habíamos aprendido. Sólo querían un taco de folios que hojear para demostrarles a sus mujeres e hijos que, a pesar de no haberse preparado una sola clase en toda su vida y darlas sólo de vez en cuando, eran profesores en la universidad y tenían alumnos.

    Lo más curioso de todo es que estos seres sean capaces de corregir en un formato cuatro veces menor que el original (para el que los planos están pensados), porque lo son. Días después de la “semana de las entregas mutantes”, volvieron a la carga.
    Había nacido un nuevo proyecto y debíamos pensar algo acerca de una cocina para otro “día siguiente”, pero curiosamente fue entonces cuando de repente (debido a errores en la comunicación mental, que a veces parece que es la única que utilizan) los objetivos cambiaron de nuevo. ¡Adiós a las sartenes! ¡Llegan los restos humeantes de antiguas reducciones! Y una vez más se ponen de acuerdo, entre ellos, con nosotros, con ellos mismos, con la escuela, con el mundo, con la vida; se ponen de acuerdo para demostrarnos que éste no es el camino, que no pueden enseñar, que no son docentes, que aunque sepan, no son capaces de mostrar a los demás lo que saben, no pueden. Una vez más la incomunicación más absoluta se apodera de sus voces, de todas las voces que se encontraban en ese momento en la escuela.

    Una vez más, los rebeldes sólo protestamos y apenas sirve de nada. El plotter de la muerte carga en este momento el rollo; la vida y los proyectos de otro planeta están en peligro.

Ahumm. 2005.

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I CONCURSO DE RELATOS CORTOS DEL CROQUE:

EL DÍA QUE SECUESTRARON A JUAN NAVARRO BALDEWEG

Capítulo II: CONSPIRACIÓN

    Recordemos el anterior episodio. Unos hombres de negro secuestran a un anciano en la biblioteca de Puerta de Toledo ante la atenta mirada de un estudiante de arquitectura resacoso pero humilde. Nuestro héroe investiga y consigue apoderarse de un documento que cambiará el mundo de la arquitectura. Pero mientras nuestro amigo se juega el hígado en la cafetería de la ETSAM, una sombra aletea en Oriente: en el continente africano los vestigios de una civilización ancestral oscurecerán aún más este turbio asunto…

 


    
Egipto era lo que siempre había deseado: buen tiempo, playas solitarias, mujeres por todos lados… A El Sopas nunca se le habría pasado por la cabeza que tras comenzar sus estudios en Nápoles con una beca ERASMUS iba a llegar a semejante lugar (A decir verdad tiene su lógica, con la fiesta que se pegan los ERASMUS bien podía haber llegado a la Cochinchina). Pero estaba allí, alistado en una compañía de arqueólogos dispuestos a revolucionar a la prensa con el mayor descubrimiento histórico del momento: la misteriosa “cámara del arquitecto”.
    La noche era fría. Abrazado a una botella de Bacardi, esperaba solitario a que alguna bailarina de danza del vientre entrara en su tienda. Pero esa noche lo que entró en su tienda fue un gigantesco mandril con ganas de sodomizar exploradores. No se paró a pensar en qué hacía un mandril por esos lares, pero decidió salir echando leches de allí internándose en el pasadizo que el equipo descubrió unas semanas antes y que sin duda sería el camino a la misteriosa “cámara del arquitecto”. Tras internarse en el antro, el mandril dejó de perseguirle echando una mano al badajo de su entrepierna. Nuestro héroe no sabía que demonios hacer, así que siguió avanzando en la oscuridad de la cueva hasta darse de morros con una chapa grecada de acero galvanizado de siete milímetros. Logró encender una antorcha con el mechero recuerdo de su época de fumador compulsivo, cuando cuál fue su sorpresa al ver que en el centro de la chapa metálica se encontraba, rodeado de muchas inscripciones de una simbología arcaica, unas iniciales en Arial black, tamaño 72, negrita y subrayado de esta índole. J.N.B. Le extrañó mucho este descubrimiento, pero no tanto como el foso de escorpiones que había recorrido a oscuras y que se cernía inevitablemente tras sus pasos.

* * *

    En la ETSAM los ánimos estaban muy convulsionados, y sobre todo en la “Cátedra Navarro”. -Alguien ha robado algo de los archivos del Jefe y, lo que es peor, también nos han robado al Jefe- dijo uno de los profesores. –De qué carajos se trata, a nadie le interesan esas antiguallas-. Pero era verdad, la lista en la que figuraba una lista de nombres de dudosa relación y con una caligrafía ininteligible la poseía una de las fuerzas oscuras de la ETSAM. Un estudiante anónimo había sustraído con “humildad” aquella lista y la había llevado a Torre de Oñate, en cuyo monasterio de las hermanas Ursulinas con Sandalias se albergaba la cúpula de El Croque. Un encapuchado tomó la lista; tras ojearla repetidas veces, se le ocurrió decir –Ésta es la prueba que hemos estado esperando. A través de los siglos hemos seguido la pista de un ente imaginario que pasa hereditariamente de gañán en más gañán. Se trata de un ser que ha adoptado nombres como Vitruvio, Leonardo Da Vinci, Scamozzi, Le Corbusier, Pazo… En fin, un parásito que ha ido chupándole la vida al mundo de la arquitectura desde tiempos inmemoriales, escribiendo mucha palabrería pero sin construir ni una casita de tarugos de madera, y en consecuencia evitando que un gran número de buenos arquitectos salieran a las luces de la historia-. Nuestro héroe cada vez estaba más confundido…

* * *

    La Petite Maison era lo más parecido a ese zulo que había visto en su vida. Don Juan Navarro no daba crédito a lo que veía: un vagón de metro de hormigón con todo lo necesario en no más de treinta metros cuadrados. El parecido con la celda en la que Le Corbusier había recluido a su madre hacía años era patente. Incluso los chorretones de las goteras eran similares. Sin duda se trataba de uno de los ejercicios de cátedra imposibles de construir bien, pero de idea brillante. Uno de los maromos de negro se atribuyó el mérito de la obra. Pese a su cerebro de mosquito y su incapacidad constructiva, afirmaba haber tenido matrícula de honor en los nueve cursos de proyectos arquitectónicos.
    –Don Juan- le dijo, -Póngase cómodo, alguien nos dijo que le tratáramos bien y eso es lo que haremos-. Tras estas palabras las luces del zulo se apagaron y alguien llamó a la puerta.

* * *

    -Los aviones son como las cunas- dijo El Sopas tras acomodarse en uno de las butacas de clase turista. En seguida un sueño placentero se le pasó por la cabeza. En él se encontraba en un viaje de cátedra en la Francia austral rodeado de mozas y botellas de tequila en la explanada de la Iglesia de Nôtre-Dame-du-Haut en Ronchamp. Su faceta de explorador le llevó a una cripta oculta debajo de una de las papeleras (los sitios más anodinos son los más interesantes) En el centro de la cripta, un sarcófago de zinc, abierto y vacío. En la lápida, unas iniciales ya por todos conocidas e incluso algo recurrentes, pero importantes para el relato: J.N.B. Unos bandazos despiertan a nuestro soporífero amigo. –Joder, ya hemos llegado, siempre me pierdo el puto despegue-.

* * *

    Pese a ser muy típico el que saliera una moza desnuda de una tarta gigantesca, impresionó mucho a Don Juan Navarro. Tras el apagón, un motorista de la conocida empresa Teletartaerótica trajo un gigantesco regalo para los cuatro integrantes del secuestro. Comieron a bocados de la tarta, fornicaron con el regalo del roscón (que le tocó pagar a Don Juan), bebieron whisky del bueno, fumaron puros habanos y apostaron sus cuartos en una partida al Monopoly. Don Juan se obligó a pensar que esto era una maniobra para potenciar el síndrome de Estocolmo. La noche se la pasaron de vicio en vicio, y de cama en cama.

* * *

    -El cielo está ardiendo-, pensó con “humildad” un desconocido conocido, que casualmente se encontraba en Barajas ojeando un ejemplar de “el Croque”. –Tin, ton , tin les comunicamos que el vuelo El Cairo-Madrid de Iberia con un retraso de tres meses acaba de aterrizar-. Nuestro héroe había llegado. Los dos amigos se dieron un abrazo cordial y decidieron que lo mejor para celebrar el encuentro era tomar una refrescante, burbujeante cerveza con dos dedos de espuma, pero debido a que las tarifas del aeropuerto no son muy baratas prefirieron coger el metro y tomárselo en otro lugar.

* * *

    -……….Nave nodriza a Juan Navarro, ¿Dónde se encuentra Don Juan? No se le habrá ocurrido pasar por clase que ya sabe usted lo que le agota……

    -…… Hemos perdido contacto con Don Juan, preparad los satélites y los cruceros………

    -……… Nave nodriza al mando, que empiece la esperada Operación:

“¿Donde está Juanito?”

¿Quién sabe dónde?

Un Humilde Estudiante & El Sopas. 2005.

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