Somos 4000 alumnos en la ETSAM. Pero a veces parece que haya uno sólo, enorme, monstruoso, que automáticamente se despierta, viene a la escuela, aparca sobre la acera, se toma un café, charla un poquito, entra a clase, asienteopinaapuntaexponeentrega todo lo que le han pedido, sale al descanso, baja al centro de cálculo, se estresa, plotea, trabaja, trabaja, trabaja, se va a su casa, duerme (o no) y así todos los días salvo fiestas de guardar, que aprovecha para dormir y adelantar en proyectos.
Aunque todo el mundo se ha sentido mal alguna vez teniendo que hacer todo eso, jamás ha pasado de la queja entre su grupito de amigos. Queja fácil, de cafetería o de bar, pura postura inflada sin consecuencias. Estamos de paso.
Muchos profesores lo saben y se aprovechan. Se ha llegado a oír que somos la generación que más trabajo inútil es capaz de llevar a cabo, dada nuestra incapacidad para cuestionarlo (o nuestro miedo a hacerlo). ¿Para qué tanto trabajo si luego no hay tiempo para reflexionar? ¿Para qué tanta seriedad, tanta entrega, tanto examen; si luego se plantea todo a salto de mata?
Pero cuando alguien se sale de la masa aborregada y se planta (aunque no sea para quejarse y cambiar algo, sino simplemente para hacer algo que requiere un mínimo esfuerzo por parte del alumnado), ese alguien tiende a quedarse solo. Cincuenta pares de ojos por detrás le atraviesan, cual puñaladas traperas.
¿Tienes algo que decir sobre esto? ¿O sobre alguna otra cosa relacionada contigo o con tus compañeros? Pues ya sabes, tienes el número 18 abierto.